«—Vamos, ¿podrías decirme tú qué es lo bello?
Yo, por mi ignorancia quedé perplejo y no supe responderle convenientemente.»
Parte 1
Hablar de belleza es… hablar de algo que actualmente tiene tantas definiciones y es interpretable de tantas formas que probablemente haya elegido una virtud demasiado compleja para este número. Difícil no, compleja. Por eso esta vez no cojo el diccionario. Pero me gusta hablar de temas complejos, la vida no es binaria. Por un lado diría que hoy, más que nunca, estamos más ávidos ya no por alcanzar la belleza, sino por tenerla controlada, definida, creada según nos parece. La belleza en su momento fue de tener cánones —será porque en el tiempo de los cánones a la gente le costaba tanto concebir un concepto tan amplio que, por reducir el trabajo mental, optó por acotar la definición de belleza—. Hoy, afortunadamente, somos capaces de apreciarla de manera más amplia, y somos capaces de definirla con más soltura que los resultados de Google imágenes (es que buscas «belleza» en Google imágenes y te sale todo igual, hoy nuestros cerebros son más inteligentes, menos mal).
O no.
Pero ¿sabes? Afirmo que estamos tendiendo a ver la belleza como la veían los filósofos en la era de Sócrates, de forma más global. Sócrates afirmó en uno de sus diálogos que «si hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza».
Estamos de acuerdo; sí, con la frase. Con el filósofo no del todo, porque nos falta entenderle. Pero tranquilidad, que ni siquiera los sofistas de su época terminaban de hacerlo. Un concepto muy simplificado de la belleza es «lo que da placer a los sentidos». Vale, muy bien. En 2018 nos vemos como seres que han progresado por recibir placer desde más fuentes que en 1990. Pero Sócrates, al contrario que nosotros hoy, o los sofistas, veía también la belleza como lo que causa aprobación o admiración; lo que fascina.
Pero no se quedaba ahí: lo bello también era lo adecuado. Y lo adecuado es lo que sirve para un fin. Tendemos a pensar en lo bello como lo estrictamente sensorial, pero probablemente una parte de nosotros olvida que el uso que tiene algo, la acción que permite, el fin que logra —por ser como es—, es lo que termina de dar sentido a su belleza.
¿Un ejemplo? Dévé. Te gusta su estética, sus fotos, sus perfiles de Twitter, Facebook, Instagram, LinkedIn (a los que te invito a seguir ahora mismo). También te gustan sus artículos. Pero la estética cobra sentido porque Dévé te hace subir de nivel en la vida pro y en la vida perso . Y justamente por hacerlo, te parece bello.
Lo bello de Dévé es que cuando la lees, dejas que comiencen los buenos tiempos.
Creando un imperio del lujo: Capri Holdings
¿Es bueno seguir hablando de trabajo después del trabajo?
3 mentiras que necesitas dejar de contarte cuando empiezas en un nuevo trabajo
Cómo convertir tus errores en tus aliados
Un amigo, un libro: Mi planta de naranja lima
Imagen: Kavin Ghantous