No lo admitirán, pero son muchos los que van al trabajo con el sentimiento de ir a cumplir un rol. Este sentimiento suscita, al mismo tiempo, la impresión de traición a la identidad.
Terminar una carrera para darte cuenta de que no te gusta —seamos sinceros: uno sabe antes de terminar la carrera, si ésta le va a llenar o no. Lo que ocurre es que uno va dando oportunidades a esa carrera de reconciliación, sin éxito—. O buscar adaptarse a una carrera que, ya que se tiene, hay que ejercerla. Para la filósofa Marianne Chaillan, autora de Y se hicieron filósofos y vivieron felices (2017), no diferimos de la princesa Elsa, la de Frozen. La profesión ya no es tan frecuentemente, como podría verse antes, un modo de realizarse en la vida. Más bien es algo complementario. Para bastantes es una manera de ganar dinero y con él, construir la vida que el tiempo que queda libre permite. O, en el peor de los casos, cuando hay burnout, lo primero a lo que se renunciaría en caso de no necesitarlo más.
¿Esto hace que la implicación personal se merme? Sí para algunos y no para otros. «Muchos sienten que traicionan su identidad cuando están en el trabajo. Solo fuera de él se sienten ellos mismos.» Esta disociación se ve últimamente en las redes sociales, sobre todo en Instagram, donde rara vez se ve gente publicar fotos de su identidad profesional. Sin embargo, es probable que esa misma gente haga horas extra en el trabajo, haga bastante dinero… y al ser preguntados por su ascenso de la semana anterior —»Puedo tener un cargo de directivo, pero a fin de cuentas es trabajo: entrar a las 9 y no saber a qué hora vas a salir»—, respondan encogiendo los hombros.
A día de hoy no se trata de trabajar para vivir, ni de vivir para trabajar, sino de estar vivo en el trabajo. ¿Cómo? Teniendo los ojos abiertos. Haciendo un análisis del por qué de las acciones. Encontrando los verdaderos motivos —ojo, no tienen necesariamente que ser lo que te dicen que tienen que ser—, las identidades profesional y personal podrán reconciliarse.
El trabajo puede ser una fuente de frustración, pero no tiene por qué serlo.