Pocas cosas cuestan más que gobernarse a uno mismo, es difícil tomar partido por algo y defender el programa electoral hasta el final porque tenemos la sensación de que los votantes no nos van a pedir cuentas.
Esto es un error porque a nadie le debemos más explicaciones que a nosotros mismos, somos los primeros beneficiados de nuestras acciones y los principales afectados de las decisiones que tomamos.
Es duro recortar cuando tenemos que vivir con las consecuencias del paso de las tijeras. Es duro poner los puntos sobre las íes cuando esa letra es una de nuestras vocales. Es duro renunciar a algo que te apetece tener, aunque sepas que no te corresponde.
Gobernarse a uno mismo supone ser, al mismo tiempo, la propia oposición y rebatir la vagancia, los caprichos, el camino fácil…
Es cierto que quien crea la ley hace la trampa, pero no hay nada mas injusto que engañarse a uno mismo. No vale nada y, por si eso fuera poco, se paga caro.
Compensa no tener manga ancha, no irse por los cerros de Úbeda, no mirar para otro lado, no hacerse el tonto porque eso es realmente, poco inteligente.
Gobernarse significa conjugar verbos duros en primera persona: controlo, domino, renuncio, acepto, peleo…
Con la cantidad de cosas que tenemos en nuestras manos, puede parecer que no nos cabe una más. Pero entra, claro que entra. Todo es cuestión de hacernos hueco a nosotros mismos. Y en el caso de tener que soltar algo, no acabar en caída libre.
Si nos gobernamos bien, seremos capaces de gestionar un montón de cosas que no dependen inicialmente de nosotros pero que cuelgan de alguna manera. Nuestra estabilidad permitirá que otros asuntos dejen de tambalearse porque seremos pilares. Si nuestra conducta no cojea, soportaremos el peso de la manera más equilibrada posible.
Gobernarse es una elección para la que no hacen falta esperar cuatro años. Puedes empezar cuando quieras, mismamente hoy, sin campaña electoral, basta con un buen programa y un buen puñado de ganas.
Imagen: Kyle Glenn