A menudo escuchamos decir que el amor no se busca, que el amor nos llega.
En mi opinión esa frase, de ser cierta, carece de un matiz fundamental. El amor llega, sí, pero cuando uno está preparado para acogerlo.
La pregunta a responder sería por tanto: «¿Cuándo está uno preparado para “acoger el amor”?»
La respuesta, diría yo que comienza por entender en qué consiste amar.
El amor, en mi opinión, al menos el amor sincero, sano y de calidad, es un sentimiento que no conoce de condiciones, es un ejercicio incondicional de entrega al ser amado.
En primer lugar, para ser capaz de amar incondicionalmente debe uno hacer un ejercicio de crecimiento interior, despojarse de la soberbia y la vanidad que enturbian toda relación y abrazar la humildad. A menudo las discusiones de pareja versan sobre asuntos nimios que tienen su origen en un deseo desenfrenado de imposición de la propia voluntad u opinión sobre la del otro. Ello denota lo que podríamos llamar como “exceso de ser”, una falta de limitaciones al ego. Este “exceso de ser” suele tener sus raíces en inseguridades o miedos sin resolver por parte de aquél que intenta imponerse. Cuando uno de veras es humilde no intenta imponer su figura frente a la del resto, practica el respeto. Las discusiones que tienen su origen en la errónea idea de que por “ceder” se deja uno “comer su terreno” concluyen cuando la parte tajante practica la humildad y se da cuenta de que en la “cesión”, cuando lo que está en juego es el amor, no está la derrota, de que en el entente, en muchas ocasiones, está la victoria.
Creo que ante una discrepancia debe uno preguntarse si su tajante postura es fruto de una razón verdaderamente fundada en una causa que merezca la pena defender sin concesiones, o si por el contrario tiene su génesis en asuntos de uno consigo mismo que tiene aún por resolver.
En segundo lugar, creo que el amor es un ejercicio de altruismo, como dije anteriormente, de entrega al ser amado sin otra finalidad que la de hacerle la vida más fácil a la contraparte.
Cuando uno ama sinceramente le es fácil olvidarse de sí mismo y velar por el bien ajeno. El amor se regala de oficio y sin esperar nada a cambio. Entregar de oficio viene a significar evitar posiciones de índole “yo no doy un paso hasta que la otra persona no actúe primero”. Ideas de “que me demuestre su amor y luego ya corresponderé”.
¿Qué clase de actitud bien egoísta o bien cobarde es esa en la que esperamos a que el otro actúe para proceder entonces y solo entonces nosotros a corresponder?
Si uno quiere ser amado, que comience por amar.
Si uno quiere ser amado de un modo específico, que comience por amar de ese modo que quiere ver reflejado en su pareja. En general, las actitudes del resto hacia nosotros suelen ser reflejo de las nuestra para con el resto. También en el amor debe uno predicar con el ejemplo. Y el mejor modo de hacer a tu pareja entender cómo quisieres ser tratado es tratando a tu pareja precisamente de ese modo.
¿Quieres una caricia? Acaricia tú primero.
¿Quieres una sonrisa? Sonríe tú primero.
¿Quieres una velada romántica? Organízala tú en primer término.
¡Cuántas veces nos quejamos de la falta de acción ajena sin darnos cuenta que los primeros inmovilizados somos nosotros mismos!
¡Predica con el ejemplo!
Si sonríes, lo más probable es que encuentres la sonrisa de vuelta y lo más probable es que tu pareja entienda que la sonrisa para ti es importante. Del mismo modo que tu enfoque debería estar en hacer la vida de tu pareja un poco más agradable, el de tu pareja, si es un amor equilibrado, estará también en hacerte la vida agradable. De este modo, sin ser verdaderamente el obtener algo a cambio el fin buscado, siempre que te des, recibirás al otro a cambio.
En tercer lugar … para no hacer de esta entrada un ensayo dejaremos el “tercer lugar” para sucesivas publicaciones en Dévé.
Gracias por la atención.