Nada deja una huella más profunda ni tiene más eco que el amor. El amor llega al corazón y esa meta es imposible de alcanzar para los medios de comunicación, al menos, de manera permanente.
El amor es una explosión de sentimientos y emociones, y tiene una onda expansiva con tanta potencia que sacude nuestra inferencia y nos llena de energía. El amor cala hondo y no hay ropa lo suficientemente impermeable ni katuiskas lo bastante altas para que no nos mojemos.
El amor es un par de gafas que nos permiten ver las cosas de otra manera, un nuevo punto de vista, quizás porque, de alguna manera, nos acerca a las nubes y nos aleja del suelo, que es donde están las barreras.
El amor es la trinchera perfecta para sentirnos seguros y un punto estratégico para salir a pelear nuestras batallas con más ganas que nunca. El amor es una sentencia contra la que no cabe recurso porque el juicio se ha perdido y ningún abogado podrá hacer nada por recuperarlo.
El amor es el modelo de fidelidad perfecto porque es para siempre, no tiene fecha de caducidad, no se agota, no se estropea. El amor se estrena cada día y con los años va volviéndose vintage, dándole el tiempo un valor extraordinario.
El amor no tiene fronteras, es igual en el polo norte que en el polo sur, al este y al oeste. El amor es algo que tenemos en común los de la Edad Media y nosotros, que vivimos en el siglo XXI.
Ya quisieran las marcas causar el efecto que hace el amor en las personas, tener el impacto que tiene en las vidas de quienes lo sienten y ese poder de convicción para que, por seguirle, lo dejen todo sin arrepentirse nunca.
El amor es el altavoz más potente del mundo porque todo lo que siente lo grita a los cuatro vientos.
Imagen: Jordan Mouchel