Muchas veces podemos incorporar en casa lo que el día a día en la empresa nos ha enseñado. Porque hay momentos en que uno podría alterarse y gritar, perdiendo por completo los papeles si no fuera por el respeto que inspira el grupo de trabajo, esa “falta de confianza”, que mantiene a lo emocional en un segundo plano, o incluso, ese espacio de confianza compartida a diario, que hace al grupo de trabajo un equipo cuya solidaridad se presupone.
¿Y en casa? ¿Y en la familia? ¿Podemos aplicar lo aprendido en la empresa?
Un profesor de esquí, veterano y en clase de perfeccionamiento, me comentó estas navidades, que no hay peor profesor o ayuda para esquiar que la pareja. “Es precisamente entre las parejas donde más encarnizadas peleas he visto a la hora de ayuda mutua en este deporte”, me decía Diego.
Traigo sus palabras aquí porque, en mi opinión, lo primero que debe trasladarse del trabajo en equipo a la familia es intentar salir del plano personal. Muchas veces el no dar espacio a lo objetivo, a la sorpresa, a la capacidad de adaptación del otro, hace que en casa los problemas se repitan una y otra vez.
Se discute siempre por lo mismo, porque se da por hecho lo que el otro va a decir o hacer. Si se intenta encontrar un momento del día para hablar serenamente y objetivar desencuentros, puede que hayamos dado un primer paso hacia la solución del problema.
También es bueno lo que el derecho laboral llama “movilidad funcional”, hacer que por mutuo acuerdo las tareas predeterminadas para cumplir cada uno en casa, se repartan de nuevo, se asignen de nuevo, de forma temporal y rotativa o se elijan por mayoría entre los distintos miembros del grupo familiar. Que el hermano que más tarde llega sea el encargado de sacar al perro puede que sea buena idea cambiarlo, o quien se encargue de sacar la basura, etc.
Intentar respetar al otro aún cuando los papeles estén muy mezclados, como ocurre a veces en familia, donde puede que siempre sea la misma persona quien cede y ya se cuenta con ello. Esos cambios generacionales que tanto han revolucionado el mundo empresarial, las nuevas tecnologías, puede que tengan también un papel que jugar a favor de la paz familiar.
Las nuevas generaciones deben aprender que nada es gratis, que el esfuerzo tiene su recompensa. Las viejas generaciones deben aprender que desaprender y volver a aprender siempre es bueno, que el movimiento y la flexibilidad son necesarios para vivir en común, que ese “run and change” es compatible con un “be complained and happy” de nuestro ya bien entrado siglo XXI.
En definitiva, como ganancias del trabajo en grupo trasladables a la convivencia familiar:
- No dar nada por hecho, reciclar funciones.
- Dar y tomar turnos, de palabra y de actuación.
- Pensar bien del otro y dar lo mejor de uno.
- Ser autocrítico, construyendo.
- Aportar, sumar, y si no se puede intentar aprender.
- Escuchar en positivo.
- No perder de vista el objetivo común que engloba a todos.
- Ser creativo, siempre que sea posible.
- Sonreír, comunicar y no tener miedo a las emociones, aprender a compartir espacios.
- Mejor acompañados, no estamos solos.
Y hasta aquí mis mejores deseos. Vive intensamente, se feliz, comparte, aporta y estate orgulloso de lo bueno que te rodea.
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