Recuerdo cuando era pequeña que el estrés no existía. O al menos esa era la sensación que tenía al ver a mis padres con su buena cara siempre ante mí, aunque seguramente alguna que otra mueca se les escapara de cansancio extremo o preocupaciones. ¿Sería eso el “estrés”?
Ahora, sin embargo la nombradísima ansiedad reside en todos desde que somos unos críos. Los niños se estresan por la infinidad de horas extra escolares, los adolescentes por la explosión hormonal, los jóvenes porque la sociedad les oprime, los adultos por el trabajo y la rutina… y así, hasta entrar en un círculo vicioso en el que parece no estar contento nadie.
Esta oda a la inconformidad existencial tiene que ver con universo en el que estoy muy ligada hace un tiempo y que no deja de sorprenderme: las empresas que ofrecen actividades de riesgo.
Excepto aquellos que estén dentro de ellas, no saben hasta qué punto tienen una clientela cada vez más fiel. Estas compañías mueven muchísimo dinero gracias a la necesidad que se tiene por hacer algo nuevo, liberador y donde te suban las pulsaciones en pocos minutos.
En una jornada laboral normal, son cientos las llamadas que se reciben de personas que buscan un hueco en el mismo día para hacer puenting o descender un barranco con saltos de hasta 40 metros.
¿Qué nos pasa? ¿Qué ha sido de eso de llamar a un amigo para salir a tomar algo y desconectar un poquito? ¿De alquilar un patinete cuando ibas de vacaciones a la playa? Esto último a lo mejor es un poco excesivo, porque no recuerdo mi vida aburrida para nada, con patinetes acuáticos incluidos, pero esta búsqueda continua por generar emociones fuertes da qué pensar.
Empresa: ¿Buenos días, que desea hacer hoy?
Cliente: Hola, ¿tienen hora esta tarde para saltar en paracaídas?
E: Pues para hoy no queda nada. Si quieres, podemos reservarle para dentro de unos días.
C: ¿En serio? Es que me apetece muchísimo y tengo libre esta tarde.
La primera vez que lo oí me dije “debo ser la persona más aburrida sobre la faz de la tierra”. Pero pensándolo bien, tan solo es una necesidad de desconectar de una rutina que a veces nos aleja de quiénes realmente somos.
La monotonía hace incluso que nos encerremos en nosotros mismos, dificultando la relación con nuestros familiares y amigos, porque todo es tan complicado y repetitivo que se piensa que lo más fácil es no hacer nada.
Es aquí donde entran en juego estos negocios. Cualquier persona, sea cual sea sus deseos o necesidades, tiene una actividad hecha para ella. Es maravilloso saber que sin salir de, por ejemplo, de Guadalajara, puedes tener una jornada de espeleología increíble.
Estas te ofrecen la oportunidad de regalar o hacer actividades increíbles que hace unos años era impensable que se pudieran hacer sin salir de la ciudad. Miles y miles de ofertas súper divertidas y excitantes provocan que la adrenalina aparezca y permanezca durante un buen rato, con su consecuente cara de felicidad, claro.
Quizás forme parte de la evolución. Como cuando se pensaba que aquella cadena de comida rápida y poco saludable que te encanta jamás te traería la cena un domingo lluvioso de febrero. Pues eso: ¿quieres emociones fuertes? Baja por un río de aguas bravas agarrado tan solo a una tabla (para quién no lo sepa, esto se llama “hacer hidrospeed”.)
A la gente ya no le importa esperar una ocasión especial como una celebración o que venga el cumple de tu hijo. Atrás quedaron las meriendas en casa de uno para soplar las velas, ahora lo que se lleva es una partida de paintball infantil. Tampoco las tardes en la playa con tus amigos son nada si no hay de por medio una sesión de flyboard o parasceding.
Me parece fascinante la cantidad de cosas que puedo hacer a escasos kilómetros de mi sofá. Pero no quita que no salga de mi asombro ante el arrojo de las personas y esa pasión por segregar adrenalina por doquier.
También hay quien contrata un paseo en burro, como deporte de aventura. Los gustos de las personas son tan extensos como animalillos en el campo.
Conclusión: es el momento de escalar el pico más alto de Europa, bucear por las cuevas más profundas del océano o surcar el cielo con un kitesurf. Pero recuerda, reserva con tiempo.