De vez en cuando, recorro visualmente mi biblioteca, ahora sumida en el caos tras la mudanza. Acompaño el paseo de caricias por la solapa de los libros y recuerdo inevitablemente alguna escena, con suerte, más de una frase. Fantaseo con otro orden para ellos —si es que alguna vez logré mantener alguno— en el que todos saliéramos ganando en una especie de WIN-WIN de la colocación: yo siempre encontraría lo que necesitara leer y, a cambio, ellos saldrían con frecuencia de la estantería.
Esta vez no sucede, me falta el libro que busco. Entre los hábitos que he ido arrastrando gustosa con el tiempo, se encuentra el de relacionarme con las personas a las que aprecio a través de obras de ficción, ensayo o cualquier género que consiga despeinarme. Sin ir más lejos, los 30 años de amistad que me unen a mi amiga más antigua contienen más páginas que las obligadas vueltas al sol.
Nunca sentí que Mi planta de naranja Lima de José Mauro de Vasconcelos fuera algo impuesto pese a que formaba parte de las lecturas seleccionadas por nuestra maestra, sino, más bien, el pretexto de aliviar toda la pena que hubiera podido sentir hasta aquel momento. Era una niña, apenas distinguía la voz del narrador de la del autor, ni la realidad de la ficción. Brasil era un dibujo de color samba en el mapa de clase y los pobres, niños sin voz que existían solo como colectivo. Hasta que llegó Zezé de la mano de Vasconcelos y, con él, mi primera idea de lo literario.
La novela nos sitúa en el Brasil de los años setenta en un ambiente de pobreza en el que nuestro protagonista, un niño listo y travieso, se enfrenta a la soledad y a los cambios en compañía de su imaginación. Se vincula a la vida gracias al cuidado de la planta que encuentra en su casa nueva —de ahí el título— y huye de su realidad más inmediata convirtiendo a la naranja lima en su confidente, por quien sabremos de sus travesuras y penurias. En este clásico de la literatura brasileña, el autor logra dar en el centro de la diana con el dardo de su verdad. Se trata de una autobiografía novelada escrita con sencillez y dotada de esa belleza triste de lo que es hermoso y está tan roto, que ya ha perdido pedazos por los golpes. Todo en la obra está al servicio de la emoción, que corre esquivando palabras con naturalidad para dotar a la historia de una dimensión real.
Nunca fue un libro lo que encontré en Mi planta de naranja lima; no recuerdo su tamaño o el color de la portada, ni que fuera un objeto más allá de mi memoria llorosa. El amigo al que se lo presté debió de haber sido alguien importante para mí puesto que le estaba dando una herramienta con la que yo sí había podido conectar con mis emociones. Aquella historia era también yo viviendo en palabras del autor; una relación fortuita de alto voltaje en la que el orden encuentra su lugar y el tiempo se detiene.
Ahora me sorprendo comprándolo en su edición de Libros del Asteroide y buscándole el hueco que siempre tuvo en mi vida aunque sea nuevo en el estante. Sabemos que no regresaremos dos veces al mismo sitio, pero, quizá, sí volvamos a toparnos con aquellos que fuimos entre las páginas de un nuevo amigo.
1 comment
Madre mia me quedo embobada siempre que leo algo de lo que escribes!!! Es increible la facilidad que tienes de enganchar, el vocabulario tan rico que demuestras y lo bien que usas el idioma. Fan tuya desde siempre!!! Para cuando tu primer libro?!