Cada vez son más los que deciden pasar por lo que, no hace tanto, no era más que un mal trago. El objetivo no es otro que “desamargar” una experiencia que, poco a poco, es cada vez más común. Hablar en público ya no es cosa de unos cuantos. Ahora a cualquiera pueden sacarle a la tarima y verse jugándolo todo a una carta.
REPORTAJE: ESTHER BOLEKIA
EDICIÓN Y FOTOGRAFÍA: PAZ PINEDA
“Sí, sigo poniéndome un poco nervioso antes de salir al escenario; nunca una charla es igual a la otra”, confiesa Iván, conferenciante y coach afincado en Venezuela, lejos de tomarse ese hecho como algo fuera de lugar. “Pero eso se debe a las expectativas que yo genero sobre mí mismo, más que por mi público”.
Hablar en público. Ahora. Por qué ahora. Cada vez se les da más importancia a las llamadas soft skills, esas habilidades sociales y personales de cada uno que los reclutadores consideran las más difíciles de encontrar, pero que ven como las más importantes para sus negocios. Inteligencia emocional —¿nos termina de quedar claro este término?—, comunicación, lenguaje, hábitos personales, autoliderazgo, trabajo en equipo, motivación. ¿La falta de éstas aboca a la persona en cuestión al fracaso en lo personal? ¿Quiere decir que sólo con soft skills está garantizado un mejor desempeño?
![]() |
|
![]() |
“Diría que los soft skills sostienen los hard skills. Puedes ser una persona brillante, pero si fallas a la hora de relacionarte con los demás, lo malo tapa lo bueno. Serás como ese profesor que sabe mucho, y lo sabes, pero cae en la clasificación de mal profesor porque fracasa en transmitir lo que sabe. Eso sí, por mucho soft skills que tengas, si no tienes hard skills se va a notar”. Concluye el coach en cuanto al equilibrio que hay entre lo aprendido en la universidad y lo que se supone que se tiene que aprender antes de salir de ella. Es difícil mantenerlo en un mundo en el que los recursos humanos tienen casi sus propias escuelas de pensamiento. Lo bueno, no obstante, es que podemos aprenderlas. Prueba de ello es que al menos en lo concerniente a la comunicación, tenemos a nuestro alcance una cantidad espectacular de clubes de oratoria, de debate, vídeos, charlas de TED, artículos, podcasts… Si nos centramos en la comunicación en público, una simple búsqueda en internet demuestra que aparentemente el miedo escénico puede desaparecer con tan solo siete pasos. Pero lo cierto es que en torno al 95% de la población mundial padece glosofobia, término referente al miedo de hablar en público, lo que podemos hablar de un tema que va más allá de la timidez o las dotes sociales con las que cuenta cada persona.

Audiencia | Edwin Andrade. Unsplash
Dicen que una de las claves para glosófobos es creerse de corazón lo que se va a decir y, por tanto, consideramos verdad. Otra cosa es dominar el tema de conversación. Parece fácil leído en un artículo de internet, pero en cuanto uno se ve en acción sabe que, aunque se crea mucho su discurso y se lo sepa de memoria, se la está jugando. Porque sí, sí importa la forma en que uno se presenta y presenta sus ideas. Y es justo ese pensamiento el que los amateurs tienden a meter en el complicado mundo de las emociones.
En torno al 95% de la población mundial padece glosofobia
No es lo mismo ser alguien que tiene que hablar ante un público en contadas ocasiones, que alguien cuyo éxito cotidiano depende de cómo expone. Hay gente cuya profesión (o vida) consiste en hablar en público, gente que depende de lo bien que transmita sus ideas. Olga, experta en Recursos Humanos y Gestión de personas, lo tiene claro. No se trata solo de hablar, sino de lo que supone hacerlo: “hablar en público es la gran oportunidad para ganar los corazones y las mentes. El inicio del liderazgo radica en comunicar eficazmente, persuadir y convencer. Hablar en público es un arte que solamente consigue su objetivo, es decir convencer e inspirar a la audiencia, cuando se disfruta comunicando.”
En la oficina, el grupo analiza un asunto del orden del día | Pxhere
Disfrutar comunicando. Suena utópico teniendo una encuesta al lado afirmando que el miedo a morir es mayor al miedo a hablar en público. Si encima nos ponemos en la situación de quienes realmente se la juegan hablando en público, todavía puede resultar más complicado. Los abogados son un claro ejemplo. Obviando que deben conocer cada caso al detalle, deben basarse en la claridad, brevedad y precisión, sin olvidar algo muy importante y no siempre tenido en cuenta, el dominio de los silencios. Pero, ¿y en un juicio? “En un juicio hay tres partes en juego: el tema, el orador, y el público”, señala Sandra, abogada. “El público son el juez, el fiscal y el abogado del contrario. Pero a mí el que me interesa es el juez, porque a fin de cuentas es quien va a decidir. Se trata de convencerle a él, y es fundamental controlar el lenguaje corporal y los ritmos”.
Cada tipo de discurso y cada público requieren un enfoque. En un juicio —“piensa que en aquella mañana tú tienes solo ese juicio, pero a lo mejor el juez ya ha tenido seis”— Sandra, barcelonesa, asegura que es muy importante mantener la atención del juez manejando los ritmos, los silencios, el énfasis y el tono de voz, con el objetivo de lograr dinamismo. Por otro lado hay que estar preparados para la confrontación, y también “hay que tener capacidad de improvisación; nos puede salir el contrario con una prueba o con algo con lo que no contábamos, y hay que saber salir. En el ámbito penal, de que tú hagas una buena defensa depende en según qué casos la libertad de una persona… entonces ojo con eso”.
“De que tú hagas una buena defensa depende según qué casos la libertad de una persona.”
No siempre el público es receptivo. En ocasiones, por mucho que un orador se empeñe en manejar las claves dadas por los expertos, el público sigue teniendo cierto poder sobre su desempeño. Hemos podido hablar con una profesora de español residente en Seúl. Gloria, que así se llama, es la prueba del esfuerzo que necesita hacer un orador para no solamente mantener la atención del público, sino para mantener la suya propia y no perderse o desinflarse ante la falta de homogeneidad. Un gesto puede ser suficiente para enrarecer el ambiente: “aunque el resto (de alumnos) fuesen muy buenos, si uno se pone pesado, pasando las páginas violentamente mientras explico, no contesta bien o expresa desconfianza hacia ti, o sea, no colabora en general, el ambiente de la clase se muere”. Esta joven profesora confiesa que esta es una de las partes más difíciles de su profesión.

En clase, la profesora ha decidido sacar a varios alumnos a la pizarra. Es una manera de implicarles en el aprendizaje y evitar que se distraigan | Pxhere
—¿Y sueles llamar la atención a ese alumno? Porque eso es una confrontación por parte de quien desafía tu autoridad.
—Pues depende. Puedo llamarle la atención haciendo preguntas que le interesen o haciendo unos juegos. Pero suele interesarse solo en ese momento y volver a portarse igual. Así que hay que pasar de él todo lo que pueda, a menos que moleste a los otros alumnos.
Hay varias formas de resolver la confrontación a la que se enfrenta quien habla en público. Gloria sostiene que, en caso de tener que hacer frente a un posible enfrentamiento, pese a estar nerviosos, hay que medir. “Depende de la necesidad, puedo decírselo en medio de la clase, o en el descanso en privado”. Una adecuada gestión de la comunicación requiere ese liderazgo, porque en él reside también la capacidad de impacto e influencia sobre quien recibe el mensaje, sin mencionar que el control de las emociones en público o la ausencia de éste es la diferencia entre la resolución de un conflicto o su agravio.
Se recomienda en presentaciones que incluyan diapositivas que éstas solo sean un apoyo a nuestro discurso | Pxhere
La práctica, el hábito, son los que al final pulen a quien vive hablando en público hasta que los nervios producidos por la vergüenza son o bien remplazados por otro tipo de nervios, o bien anulados. Acostumbrarse ayuda, pero también puede ir en detrimento del dinamismo que al final es el que hace que un discurso enganche. En la iglesia, el pastor que predica da la impresión de tener mucha más práctica que costumbre. Si hay alguien que sabe sobre lo que es hablar, en múltiples escenarios, ante audiencias variadas, de diferentes edades, en diferentes idiomas… son ellos. Y, sin guiones, ni power poses, ni libros, con un discurso simple tiene al público atento y entregado: “Dios no te usa por tus títulos; te usa por tu espíritu”, sentencia este pastor de una iglesia cristiana protestante de Madrid. Acostumbrado a viajar y difundir la fe de su iglesia, su trabajo en parte se basa en tratar con todo tipo de personas.
—Esta frase lapidaria… ¿por qué?
—Porque el título limita a la persona. Hay gente que tiene un título y se queda limitada a eso. Dios no nos creó limitados.
Se tiende a pensar que a mayor nivel de estudios, mayor formación, mayor elaboración del discurso y por ende, mejor capacidad de comunicación. Pero la contradicción llega al observar hechos tan cotidianos como el del profesor brillante para la academia, mediocre para el resto.
“Primero el mensaje que va a transmitir a las personas, pero también tiene que centrarse en cómo las personas van a recibir ese mensaje”
— En lo que se centra un pastor… primero en el mensaje que va a transmitir a las personas, pero también tiene que centrarse en cómo las personas van a recibir ese mensaje; porque no es para quien lo transmite, sino para las personas que van a recibirlo —responde al final de la reunión—. Por lo que también es necesaria esa concentración en las personas, sabiendo que va a ayudar a la gente que está allí, esperándolo.
La explicación es por quienes observan que por tener un nivel intelectual o de estudios elevado ya es suficiente. El pastor defiende que eso también es un límite; antes del discurso y su elaboración va el carácter. El nivel de estudios, formación, la minuciosidad del discurso se convierten en un escudo, en la zona de confort de muchos oradores que jamás tocarán el corazón o la mente del público y se recordarán solo por lo elaborados que eran sus mensajes, no por lo que decían: “Tienes que transmitir lo que hay dentro de ti. Por ejemplo, si el pastor es tímido, las personas no van a creer en lo que está hablando. Lo que sale de ti es lo que van a recibir”.
Hasta ahora ninguno ha mencionado la retórica explícitamente desde la perspectiva de la minuciosidad y la erudición, como sus claves. Aunque el proceder de todos ellos es coherente con la definición que daba Aristóteles a la retórica, la facultad de discernir en cada circunstancia lo admisiblemente creíble.
“Al final una de las claves del éxito está en el feedback”
Una no puede evitar interrumpir: ¿Llevamos notas, o no llevamos notas? Hay un debate acalorado justo en eso. Sandra recomienda ir con un esquema, no con una chuleta para ir leyendo “yo he visto muchos abogados leyendo y al final, eso aburre”. El pastor también va con un esquema, pero jamás se hubiera adivinado.
¿Pero qué nos queda a cualquiera de nosotros, amateurs? “Al final una de las claves del éxito está en el feedback”, señala Olga. Uno puede practicar y practicar y, seguir sin progresar como comunicador por faltarle “conocer las habilidades innatas para abusar de ellas y conocer áreas de mejora”.
Al final del reportaje una se queda con la sensación de no necesitar libros ni cursos de oratoria. Como en la mayoría de los ámbitos de la vida cotidiana, se aprende más prestando atención a gente que sabe y “está en la obra” que a la teoría sin práctica y gurús que se manejan como pez en el agua en un entorno óptimo y cuidado a la perfección para que sus charlas resulten atractivas.
2 comments
¡Qué buenas reflexiones! Sin duda un tema importantísimo lo de saber comunicar. Después de todo vivimos en sociedad y además de saber de un tema hay que tener la capacidad de trasmitir lo que sabemos. Muy cierto lo que dices de que la práctica y el feedback hacen maestros 😊. A mí me ha ayudado mucho darme auto-confes frente al espejo y grabarme. Así se ven mejor los errores. Es como un feedback sin molestar a nadie para que te escuche 😊.
¡Gracias por tus reflexiones Esther! Las seguiré todas, me ayudan a mejorar.
¡Muchas gracias Leticia! Lo de grabarse es sin duda una buena idea también —la autoevaluación es un recurso importante y válido. ¡Un saludo!